A finales de los años 80 las costas gallegas se convirtieron en la principal puerta de entrada de la cocaína en Europa. La respuesta a la llegada de las sustancias llevó a las administraciones a tomar medidas. Los mejores agentes antidroga del país llegaron a Pontevedra, la Justicia se adecuó a los tiempos y los policías que ya estaban en el territorio comenzaron a cooperar con los recién llegados.