
Un fraile relata a una niña enferma una historia ocurrida en su convento muchos años atrás, cuando a principios del siglo XIX y en una España destrozada por las luchas contra Napoleón, un niño fue abandonado a las puertas de un convento de frailes franciscanos. Los religiosos se quedaron con él y lo bautizaron con el nombre de Marcelino. Pasaron los años y, aunque el niño vivía feliz, no podía evitar pensar en su madre. Un día, Marcelino subió al desván donde le habían dicho que no debía entrar y descubrió la imagen crucificada de un gran Cristo de tamaño natural. Sin dudarlo, el niño acudió en su ayuda y le ofreció algo de comer para aliviar su dolor, comenzando así una amistad fantasiosa entre ellos. Hasta que entonces ocurrió el milagro: Marcelino quería conocer a su madre, que está en el cielo, y el Señor le concedió este deseo.